
Llevamos tres semanas desde el dos de julio. En este tiempo hemos visto ir y venir todo tipo de posiciones, ideas y reflexiones sobre el resultado, aún por resolverse, del proceso electoral. Y digo aún en el aire simplemente porque se requiere que culmine el proceso del Tribunal Electoral para tener un presidente electo.
En este océano de letras, palabras e imágenes me resulta indispensable plantear algunas preocupaciones sobre ‘detalles’ que parecen estar exentos de atención, o al menos, de la debida atención.
He seguido la campaña en medios de comunicación que ha llevado López Obrador en esta última semana para documentar su dicho de la elección fraudulenta, y he tratado de entender sus argumentos y posturas.
No ha sido fácil. Sobre todo porque es en los detalles en donde me empiezo a entrampar.
Recuerdo bien las elecciones del histórico y bastante manoseado ´88, vimos gente rellenar urnas, teníamos pruebas de ello. Vimos a caciques pasar lista, vimos casillas incendiadas, fuimos asediados por los golpeadores de los ‘jefes’ políticos en las colonias. Hasta la muerte llegaron algunas y algunos que luchaban por liberar al país de sus costumbres.
Teníamos toda la evidencia de que se había cometido un atroz fraude. Por eso cuando veo a López Obrador dar sus pruebas y me percato que son hojas y hojas de mala aritmética me preocupa.
Me resulta extraño que diga que tiene evidencia que si se recuenta voto por voto él tendría una ventaja de medio millón de votos. Pero sólo tiene el sesenta por ciento de las actas de casilla. Es decir está haciendo un cálculo a ojo de buen cubero.
Escucho, con cuanta atención puedo, para entender de dónde viene esta ‘claridad’ de triunfo y de fraude. No la encuentro.
Después del fraude contra el Frente Democrático Nacional se intensificó una lucha por ciudadanizar a las instituciones electorales, por quitarle al gobierno la organización, ejecución y cómputo de las elecciones.
Muchos años pasaron para lograrlo y hoy lo tenemos. Y no es un mero asunto de estribillo de ‘500 mil personas participaron en el proceso’. No. Es una realidad, miles de ciudadanas y ciudadanos hicieron la elección. Contaron los votos, los sumaron, los llevaron a su consejo distrital, se esmeraron en cumplir con una labor ciudadana. Ese es un enorme merito y no podemos dilapidar todo lo construido porque el resultado no nos favorece. No podemos atentar contra un largo y sinuoso camino para arrancarle de las manos al gobierno los procesos electorales. Así como tampoco nadie puede llamarse a engaño sobre como funcionó este aparato, ya que fue vigilado de principio a fin por los partidos políticos.
Lo que hemos construido como país, los candados y las contenciones a las peores tradiciones políticas ahí están. Sin embargo el problema, y el detalle, es que quienes están allá son los mismos de siempre. El PRD ha vuelto al lugar donde se siente mejor, donde se mueve bien, la protesta sin crítica, la guerra contra la ultra derecha fantasmagórica, la convicción sin fundamentos.
Es hora de que los políticos se —nos— percaten de que todo esta en sus manos, en manos del Congreso, en manos de los gobiernos estatales, en manos de la presidencia de la república. Que la reforma política integral es indispensable, que seguimos con reglas inconexas, que nadie puede quejarse de inequidad si se negó a plantear serias reformas al financiamiento y su manejo. Que la inequidad pasa, siempre, por una lógica facciosa con la que los partidos políticos han distribuido el pastel de los dineros públicos, cobijándose, protegiéndose.
La elección fue inequitativa, ni duda cabe. Tan lo fue en Coahuila como en el DF, como en Tabasco y Nuevo León.
La solución no está en si se cuenta voto por voto, está en si realmente hay disposición de todos a darnos nuevas reglas de competencia. Las que tenemos se han agotado.