Esta es, y disculpe usted la obviedad, la elección más interesante de nuestra historia reciente. De cara a la elección del año 2000, esa elección en la que el Partido Revolucionario Institucional perdió por primera vez la Presidencia, la de hoy es una verdadera competencia.
En el 2000 la elección era plebiscitaria, era un referéndum abierto a la sociedad sobre si quería o no que el PRI siguiera en Los Pinos. La discusión pública versaba sobre el profundo anti priismo que por tantas décadas se había venido construyendo. Pero al final del día el 2000 fue más parecido a la votación de 1988 —con la salvedad de un monumental fraude electoral— que a la de este año.
La discusión, la euforia por un candidato, la movilización ciudadana, la disposición civil de esas elecciones fue muy clara y avasalladora. En el 88 Cárdenas era la alternativa de la nación, en el 2000 era Fox. A Fox lo hizo presidente la lucha y la historia de la que Cárdenas fue, sin duda, pieza clave.
Pero la elección de hoy es distinta. Es un nuevo tipo de proceso electoral y político y ha sido profundamente subestimado en su importancia, su profundidad y su éxito.
Estamos frente a la primera verdadera competencia electoral de la historia de México. El ambiente de crispación, de enfrentamiento, la ‘guerra sucia’, los anuncios agresivos, todo esto es parte de una avivada e intensa discusión política y social sobre que tipo de presidencia queremos tener durante los próximos seis años. No nos gusta, tensa incluso a las propias familias, sin embargo esto es vivir en democracia competitiva. Tener dos punteros y un tercero cercano lugar, junto con una opción fresca y distinta, es un lujo frente a democracias bipartidistas o ambientes autoritarios. Tener competencia electoral es tan nuevo para nosotros que se siente, por momentos, agresivo, insano.
No lo es. Apreciemos las bondades de tener un país que es plural y distinto, en el que conviven ideas que se contrastan y que discuten.
Esto, por supuesto, no elimina las necesarias discusiones sobre el excesivo financiamiento, sobre la denostación sin fundamentos, ni la extrema judicialización de nuestra política. Está claro que las reglas para nuestra vida pública se quedan cortas de la realidad de nuestro país, de su dinámica actual y de su plural conformación.
Seguimos teniendo las reglas del presidencialismo extremo, con una sociedad que mantiene, con su voto libre, dividas las cámaras legislativas. Y seguimos teniendo una extraña mezcla entre clientelas políticas y ciudadanía libre, cada vez más numerosa y atenta a sus representantes y sus gobernantes.
Pero todo esto es motivo de júbilo, de fiesta, no de angustia y de crítica oscurantista. Este país sigue creciendo y está demostrando que esta elección no es entre la derecha y la izquierda, como algunos han tratado de falsamente colocar, esta es una elección de convicciones, en la que México votará por su candidatura y partido preferido. Esta elección será la primera en nuestro país que desenmascarara a las voces antidemocráticas y las pondrá de frente al dilema estar de frente a una sociedad viva, activa, distinta.
Sin importar quién resulte más votado, hemos dado un enorme paso en el cómo se vive la democracia electoral en México.
La gran lección de este 2006 es que tenemos, por fin, elecciones reales, competidas, con incertidumbre. Y esto reportará a la larga mejores gobernantes que antes, mejores legisladoras y legisladores, mejores servidores públicos, esto es, de entrada, un beneficio que la alternancia reporta de manera nítida.
Lo que sería detestable es que, en un afán irresponsable, alguno de los partidos o coaliciones en la competencia optará por enturbiar este ejercicio. Hay que terminar con las sospechas de fraude cibernético que ya se están sembrando entre los observadores internacionales, hay que frenar las tentaciones autoritarias de ambos bandos en Oaxaca, y otras entidades problemáticas, hay que erradicar el ‘gusanito’ del fraude.
Este proceso ya fue un éxito, ya avanzamos.
Ahora salgamos a votar.
julio 02, 2006
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