agosto 01, 2006

Soy un moro judío que vive con los cristianos

El título es una frase de una espléndida canción de Jorge Drexler, y que retrata de cuerpo entero la profunda falta de lógica que las guerras de fe han traído al mundo, y viene a cuento frente a la desoladora guerra que se libra día a día, en el Líbano.
Es fácil que en el medio de este conflicto postelectoral, con la tensión y polarización en crecimiento, se nos escape ver lo que sucede en el mundo.
No debemos de volvernos una sociedad de total autoconsumo, al final cuando uno pone las cosas en perspectiva, nuestra “crisis” es francamente un juego de niños frente a temas verdaderamente graves y en los que vidas humanas están extinguiéndose día a día.
Sólo hay que voltear al Medio Oriente para ver con nitidez lo que la comunidad del odio, de asesinato y de la guerra han construido.
Líbano ha sido un país asediado por conflictos desde hace más de treinta años. Ente guerras civiles, religiosas y mecanismos opresivos, este país, que tiene una importante comunidad católica, ha estado bajo constantes ocupaciones y conflictos.
Hace unos meses, por fin, lograron que el gobierno sirio empezará un repliegue político y militar y con esto un proceso de transición hacia un gobierno libre y soberano.
No es de extrañar que durante estos años de dominio sirio creció la presencia del Hezbolá, grupo paramilitar y terrorista que desde el sur de este país ha mantenido sus constantes ofensivas sobre Israel.
Esta es, precisamente, la razón de esta nueva y espeluznante guerra que libra Israel sobre el Líbano.
A partir de un ataque de este grupo contra soldados fronterizos israelitas, en los que murieron al menos dos y secuestraron a otros dos, el gobierno de Israel decidió hacer lo que mejor sabe hacer: la guerra. Con su amplia superioridad militar, política y económica, la ofensiva tiene un solo ganador y, como siempre en estos conflictos, una víctima: la gente.
Israel explica su ofensiva como una de autodefensa y además advierte que quien no apoye su belicismo una de dos, o no entiende nada de la vida o tiene una carencia moral enorme. Esto, por supuesto, en el contexto de una permisibilidad internacional increíble.
Así, con Washington y la Gran Bretaña de su lado, y con unas Naciones Unidas que cada día más dejan en claro su incapacidad para construir la paz en esa región, Israel bombardea, revienta, invade, mata y hasta destruye puestos de la ONU.
Líbano ha luchado mucho por volver a ser la “Suiza de Oriente Medio”, por recuperar su neutralidad y tratar de ser un lugar libre de conflictos, de guerras y de muerte. Pero está en el epicentro de una de las zonas de mayor odio, irracionalidad e insensatez. Las guerras santas siguen costando vidas, siguen construyendo el odio y demostrando que cuando se actúa en nombre de Dios, todos y nadie tiene la razón.
Nunca me dejará de sorprender que Israel se comporte, en estos casos, con la soberbia con la que se desempeña. Su reacción instintiva frente a las condenas a la violencia son desmedidas, insolentes y, hasta se podría pensar, mesiánicas.
El embajador israelita reaccionó con un nivel de furia ante los cuestionamientos que en los medios de comunicación se han hecho al sentido de este conflicto, que sólo dejan cabida a pensar que en el nombre de Dios y del pueblo elegido todo se vale, hasta la muerte de niñas y niños libaneses.
Tan desmedida fue su declaración que la propia Cancillería mexicana le reprendió por extralimitar sus funciones, acto muy poco usual en nuestro país.
Sé que en las guerras es difícil mirar por encima del odio y del rencor para colocarse en un horizonte de, por lo menos, mediano plazo. Pero si en el Medio Oriente los actores y el mundo no lo hacen, seguiremos viendo, con dolor, como se sigue alimentando al único Dios que parece existir ahí: el Dios de la guerra.
Regreso al disco de Drexler, “soy un moro judío que vive con los cristianos... no hay un pueblo en el mundo que no se haya sentido... el pueblo elegido”.

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