mayo 13, 2012
Violencia hacia la verdad
Cuando se ocupa un lugar en una lista en la que se comparten honores con Irak, Somalia, Filipinas, Sri Lanka, Colombia, Nepal, Afganistán, Rusia y Pakistán, puede calcular que el índice medido no será halagüeño.
Y así es. Estos son los países con mayor índice de periodistas asesinados en la impunidad. Nosotros ocupamos el octavo sitio, entre Afganistán y Rusia.
Trágicamente nuestro país ha ido ocupando cada vez más un lugar relevante entre esas naciones en las cuales ser periodista implica correr riesgos importantes. Este es un tema clásicamente politizado para cuestionar a gobiernos, señalando que ellos son responsables de la violencia o que ellos son ineficientes para proteger a los reporteros en sus labores.
Esto es cierto pero también debemos de ser capaces de ver el otro lado de la moneda: somos una sociedad que ningunea y menosprecia el valor de la verdad. No nos gusta que se revelen cosas de nuestra historia. Preferimos que no se toquen temas, porque las verdades que se entrañan nos duelen o molestan. Es más, preferimos decir que sí a peticiones que en el fondo no queremos realizar.
Somos una sociedad que tiene dificultades encarando la verdad, y eso no es exclusivo de los gobiernos o de sus funcionarios. Preferimos callar al historiador que nos revela que el padre de la patria tuvo dos hijos, siendo cura, que entrar en un proceso de desmitificación de nuestro pasado. O que los niños héroes no jugaron en realidad un papel más heroico que defenderse hasta la muerte, sin los añadidos elementos de color como envolverse en una bandera y lanzarse al vacío —siempre he sospechado que atrás de esa historia hay un resbalón o tropezón que explica una caída con una bandera.
Por esta tenue fobia a la verdad es que creo que nos explicamos una posición arisca, desconfiada o titubeante hacia los que, por profesión, se dedican a buscar la verdad y luego a exhibirla. Este hábito creo que se manifiesta con poca pasión, pero de forma transversal en nuestra sociedad. Los burócratas huyen al ver una cámara de video, los vecinos no le abren al reportero que indaga un asesinato en la colonia, los padres deciden no hacer público un abuso de autoridad. Los políticos mandan sendas cartas aclaratorias a sus propios dichos.
No, ser periodista en México no es fácil. Implica que deben enfrentar resistencias, mentiras, tensiones y a veces agresiones. A veces la muerte.
Y este sí un asunto importante, relevante, crítico. Es un asunto que está en crecimiento, los criminales organizados han decidido que abatirán las voces de aquéllos que descubran o develen temas que para ellos son delicados. Han decidido que con balas callarán las voces. Y no hay un periodista en zonas de alto riesgo que no viva jugando con el equilibrio de reportar y no exponerse en extremo.
Yo no soy de aquéllos que creen que todos los periodistas asesinados lo son por su profesión, pero muchos sí. Al final con que exista uno solo, es suficiente. Hay que recuperar el valor del periodismo, del reportero, de la profesión que nos ayuda siempre a entender un poco más nuestro mundo.
Hay que aquilatar las noches que se pierden de sus camas, persiguiendo una historia relevante, desenmascarando la vileza del mundo, documentando atrocidades de gobiernos, o el dolor humano.
No podemos permitir que un estado de terror se instale y limite, merme la posibilidad de que el periodismo libre exista en nuestro país. Que buscar la verdad se remplace por el miedo a encontrarla, que el terror a ejercer con talento y eficiente, y ética el periodismo sea motivo de temor o peor aún, de muerte.
Que estemos en este escandaloso lugar significa que hemos fallado como sociedad, no sólo como gobierno, para cuidar a los reporteros. Que hemos sido indiferentes e indolentes ante la histórica dificultad de lograr erradicar la violencia hacia la honestidad.
No dejemos que este mundo de ataque a las historias se haga realidad. Abatamos la violencia hacia la verdad, desde nuestras propias casas, desde nuestras propias vidas, desde nuestras propias conciencias.
Twitter: @lucianopascoe
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