mayo 13, 2012

Votando por el enemigo


El cansancio y hartazgo que una parte importante de la sociedad siente hacia la clase política, las campañas y el ejercicio de gobierno en general, hace que el debate alrededor del voto nulo o en blanco se reavive y tome nuevos bríos.
El tema está tan vigente que el propio Instituto Federal Electoral hizo un anuncio en el que intenta estimular el voto y además abatir la apatía ciudadana. El spot no es particularmente genial, sobre todo porque no coloca el verdadero dilema en el que la gente está: no les cae nadie lo suficientemente bien para votar por ellos.
Recurrentemente oímos a gente en nuestros eventos sociales o familiares decir que no hay a quién irle y que una parte de nuestra sociedad está entre no votar o anular su voto.
Para mí este tema amerita una reflexión sobre el lugar en el que está nuestra democracia y las exigencias que le hacemos a la misma. Pareciera que desde el año 2000, con la alternancia en la Presidencia de la República, suponíamos que el país cambiaría solo y de golpe, que la democracia y la alternancia en sí mismas eran la solución.
Hoy estamos frente a la realidad: la democracia es sólo una herramienta para ir logrando construir entre todos un tipo de país, un orden social y político con el que podamos implementar cambios y corregir errores. Hoy sabemos que la alternancia por sí misma no alcanza, y que los gobiernos enfrentan dificultades tan extensas que ‘resolver’ todo de un plumazo es una lejana fantasía.
Y es precisamente en ese aprendizaje que muchos se sienten decepcionados por los partidos, los políticos y nuestro sistema electoral. La tentación inmediata es ir a protestar en la urna tachando toda la boleta, en un acto de rebelión y queja.
Si bien es entendible este sentimiento, esta acción no es más que una forma absurda de anularnos del proceso colectivo que nos hemos dado para transformar México.
El voto en blanco o anulado tiene una trágica pero real característica: no cuenta. Literal, no filosóficamente. Los votos anulados son sacados de la votación válida emitida. Esto es que de 100 votos emitidos, si 10 son nulos, la votación sobre la cual se distribuyen diputados o se definen presidentes son los 90 votos válidos.
Para cualquier efecto aritmético anular el voto es lo mismo que votar por el que te parezca la peor opción electoral. Es votar por tu enemigo, por ese partido que menos te agrada.
Así que, ¿qué hacer? En mi opinión, sí hay una salida para aquéllos que no se sienten identificados con ninguno de los proyectos políticos, pero que al mismo tiempo no tienen ganas de ser unos dogmáticos irredentos con el facilísimo lugar de la protesta vacía: el voto sofisticado.
El valor máximo de nuestra democracia es que ya no hay dueños únicos del quehacer político. Hoy hay fuerzas, pesos y contrapesos en todas las decisiones del espectro ejecutivo y legislativo.
Esta pluralidad de la vida pública hace que nadie pueda imponer por completo su visión de las cosas, ni acabar con la libertad de opinar y mantiene vivo el pensamiento crítico. Aunque a veces vemos con ojos fastidiados los debates en el congreso, la realidad es que esos debates impiden que unos u otros se queden con todo.
Pero para mantener la pluralidad de nuestra sociedad y la riqueza que de ella emana, necesitamos tener votantes y ciudadanos sofisticados, que en vez de ver en el voto un acto visceral o disciplinado, lo vean como una herramienta para distribuir el poder, para equilibrarlo.
El voto sofisticado hace que definamos, en la reflexión solitaria o colectiva, a quién le daremos el beneplácito presidencial y bajo que ponderaciones: continuidad, alternancia hacia el priismo o alternancia hacia el lopezobradorismo, o apuesta por nuevos proyectos como Quadri. Y desde esta postura desencadenar los demás votos por acomodo estratégico.
Esto implica darle el voto a diputados federales, a la fuerza que creemos representa posiciones críticas a nuestro voto presidencial, mientras que al senado podríamos votar por las fuerzas que vemos que aportan más en el debate federal.
Esta sofisticación del voto nos hace ciudadanos que tenemos que informarnos más y mejor, además de que añade un sentido estratégico a nuestros votos. Se diluyen las posiciones que suenan cómodas y toman forma ideas sobre cómo sí y cómo no se debe dirigir al país en sus diversos ámbitos.
No votemos este 1 de julio por nuestros enemigos, hagámoslo por la combinación que, en nuestra opinión, mejor representa la pluralidad y fuerza de México. Sofistiquemos nuestro voto.
Twitter: @lucianopascoe

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