Cuando Napoleón decidió invadir Rusia, irritado porque el Zar había violentado un pacto de no comercio con Europa además de querer ocupar parte de Polonia, sabía que debía iniciar su ataque en la primavera para tener el clima de su parte.
Eso le permitiría avanzar sobre las cercanías de Moscú en el principio del otoño, aprovechando así la época de cosecha para reabastecerse cómodamente de cara a la batalla por la gran capital rusa.
Su plan era tener tomada y controlada Moscú antes de la llegada infame del invierno ruso. Napoleón no era un estratega torpe o ingenuo. Diseñó un punto de lanzamiento, una ruta bien pensada, definió rutas de reabastecimiento de sus mas de 500 mil soldados, y en marzo de 1812 inició lo que a la postre es conocida como la campaña militar más desastrosa de la Francia Napoleónica.
El diseño de la invasión era infalible, y en casi todo sentido se logró. Para noviembre Napoleón estaba en su destino, una capital rusa: abandonada, en llamas y sin alimentos. Lo que Napoleón no calculó fue la capacidad de sus adversarios para contrarrestar cada una de sus estrategias. En nueve meses de avance los rusos sólo se enfrentaron en una ocasión a los franceses, resultando en una victoria napoleónica pero sin ser decisiva.
Lo que sí encontró la fuerza invasora fueron campos y sembradíos quemados, villas vacías, graneros destruidos y una organización miliciana de rusos que atacaban las líneas de abastecimiento napoleónicas día y noche, obligándolos a destacar muchos efectivos en todo lo largo de su camino (recomiendo ver la gráfica hecha por Charles Minard).
En una ciudad fantasma y en llamas y un Zar que no se rendía, Napoleón decide iniciar su regreso hacia Europa quedan 130 mil franceses en sus líneas. A Francia llegaron escasos 10 mil soldados. Ahí inició la debacle del gran Napoleón.
Este es un claro ejemplo de cómo una estrategia ganadora, si no contempla las acciones de los rivales y se ajusta a ellas, tiende a volverse anacrónica y, eventualmente, resultar derrotada. El secreto es la capacidad de reacción y ajuste frente a la realidad. Una campaña debe ser capaz de evaluar la realidad. Eso es lo que se logra, tanto en la guerra como en la política, con los Cuartos de Guerra. Espacios para evaluar día a día el sentido de un proceso y tomar decisiones para resultar exitosos.
Hoy en México los tres partidos tradicionales están en procesos de competencia interna para definir sus candidatos presidenciales. Tanto Ebrard, López Obrador, Creel, Cordero, Josefina, Peña y Beltrones tienen objetivos y estrategias para conquistarlos.
Pero cuál de ellos realmente está en camino a una victoria y cual está siendo avasallado por su propia obstinación. Cuál de ellos será capaz de construir al interior de su campaña un war room que le permita salir victorioso y a quién su soberbia le impedirá corregir a tiempo.
Los políticos, como casi todos los seres humanos, suponen poseer la razón y saber más que sus adversarios. Pero ser capaz de aceptar errores y corregir trayectorias, de escuchar voces distintas y reconocerlas como acertadas, es una virtud de los hombres y mujeres de Estado, que saben y pueden dirigir un país.
Estas elecciones internas serán la primera de varias pruebas que el siguiente presidente o presidenta tendrán que sortear, demostrando liderazgo y capacidad de entendimiento de la siempre cambiante realidad.
Si Napoleón hubiese escuchado las voces disidentes entre sus generales, podría haber modificado su destino. No lo hizo. Es el precio de la soberbia.
Twitter: @lucianopascoe
diciembre 05, 2011
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