En 1988 el gobierno de Augusto Pinochet en Chile enfrentaba su más robusto obstáculo en más de dos décadas de sanguinario y conservador gobierno: el 5 de octubre se había convocado a un plebiscito nacional para decidir si el general en el poder se mantenía hasta 1997 o si se convocaba a un proceso electoral —el primero en décadas— el año siguiente.
En pocas palabras se consultaba a la población si Pinochet se quedaba en el poder o no.
Los partidos de oposición sabían que ésta era una oportunidad única para lograr que su país volviera a la vida democrática y que Pinochet tendría pocas opciones más que respetar el resultado de la votación.
Ahora tenían en reto de convencer a una polarizada y temerosa población chilena de votar por el No. De salir masivamente a decirle al dictador que era tiempo de cambio.
El primer y notorio obstáculo era la esencia de su campaña. Tenían que lograr que una contradicción fuera posible: que la palabra NO fuera sinónimo de esperanza, de futuro y de paz.
La campaña oficialista por el Sí construyó un lema, elemental pero potente: ‘Sí a tu familia, Sí a Chile’. Que remataba con un ‘Chile empieza en tu familia’.
La decisión tenía que ser atípica, tenían que jugarse todo y quitarle lo sombrío, lo negativo al No. Optaron por el lema ‘La alegría ya viene’ y colocando la palabra NO dentro de los colores de un arcoíris. Con una canción pegajosa y una oda al futuro, inició lo que la BBC después denominaría en un documental: el arcoíris que derrotó a Pinochet.
Audaces, los chilenos lograron convocar al 53 por ciento a decir No frente a un 44 del Sí. Al año siguiente se realizaron elecciones generales y la Concertación llegó al poder. Chile cambió por completo.
En esta campaña se condensa el secreto en la construcción de una estrategia de colocación política, y es que el primer paso es partir de la claridad que vender a un candidato, a un político en estos tiempos, equivale a vender veneno en un supermercado.
La política —injustamente creo yo— es vista como un factor nocivo para la vida pública, como algo indigno, dañino. Y es por ahí por donde los políticos modernos deben comenzar a imaginar sus campañas electorales.
Mientras más nos acercamos al proceso electoral, veremos los lemas, las fotos, los colores de las candidaturas. Evaluaremos cuál logra construir la oferta más lúdica, más sensual, la que transmita esperanza y futuro, y cuales se van por el camino seguro, cómodo, de hacer una oferta fría y gris.
Ese es el reto de los estrategas de cada campaña: conectar con credibilidad con la gente, crecer dentro de la aceptación social.
El éxito de una buena frase, de un buen lema o de un buen logo reside en lo que hace sentir a la gente, y después pensar. Pero la parte emotiva domina sobre la racional. Eso lo entendieron en Chile en 1988 y lograron terminar con el gobierno militar, vendiendo veneno, vendiendo el No.
Twitter: @lucianopascoe
diciembre 05, 2011
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