diciembre 20, 2011

La fuerza de la inercia


El 28 de junio de 1995, agentes del agrupamiento motorizado de la policía guerrerense dispararon en contra de un grupo de miembros de la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS) que se dirigían a un mitin político en la población de Atoyac de Álvarez (región de la Costa Grande), matando a 17 campesinos. Los mataron en caliente, sin mediar palabras, porque era parte de una política de seguridad y de estado.

Guerrero siempre ha sido bravo. Eso dicen los de ahí. Que son de sangre caliente. Eso bien puede ser, pero no explica ni menos justifica la forma en la que los policías y los gobernantes ajustan cuentas con sus detractores o críticos.

El 12 de marzo de 1996 el entonces gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa Alcocer, solicitó licencia para separarse de su cargo como consecuencia a la matanza injustificada e indescriptible —en esa época matar ciudadanos te ganaba el despido, no la cárcel— y ese mismo día el Congreso de Guerrero, de mayoría priista, designó como Gobernador sustituto a Ángel Aguirre, quien era secretario de gobierno en ese momento.

La sociedad civil y la izquierda recibieron una trágica pero notoria razón adicional para continuar su lucha contra el régimen priista y su autoritarismo. Aguas Blancas se convertiría en un sinónimo de atrocidad, de violencia y de dolor. Aguas Blancas significaría uno de los momentos trágicos del decadente régimen y una razón más para votar por otras fuerzas políticas. Aguas Blancas explicaba sin palabras la urgencia del cambio en México y daba oxígeno a las voces de oposición, en particular a la izquierda.

A nivel internacional este tipo de hechos consolidaron la idea de que el PRI ya no contaba con la capacidad para continuar gobernando y que su consenso social estaba en franca extinción.

Ángel Aguirre llega al gobierno en medio de la turbulencia política y social, y se enfrenta como cómplice de la masacre a un estado dolido y explosivo. Y, dado que lo suyo no es la audacia, decide darle continuidad a las políticas autoritarias, siendo el responsable de El Charco, comunidad indígena en la que el 7 de junio de 1998 fueron acribillados 11 indígenas que dormían en una escuela rural, las asociaciones civiles y la izquierda aseguran que ahí inicia la segunda andanada de asesinatos de policías estatales contra campesinos que eran críticos al régimen.

Aguirre demostró en su primer gobierno ser inercial. Continuó la inercia del autoritarismo, la inercia de la corrupción y la inercia de la lógica terrateniente. En Ometepec, su tierra, la pobreza es rampante y evidente. A menos de que uno sea un corcel fino del rancho de Aguirre. El ahora gobernador por segunda ocasión, tiene entre sus haberes caballerizas con aire acondicionado y piso firme. Mucho más de lo que puede decir la población de Ometepec.

Pero la tragedia de la historia de Aguirre no es ser quién es. No. Es ser hoy representante de aquellos que lo combatieron y de aquellos a los que aplastó. Confirmando los más trágicos dichos de que los pueblos tienen los gobernantes que merecen, hoy México tiene la izquierda que merece. Hoy Ángel Aguirre es gobernador del PRD.

Resulta que la izquierda para mantener ‘la plaza’ olvidó que Aguirre es lo que es. Un gobernante autoritario y que seguiría siendo inercial, sin importar sus colores, su geometría política, Ángel Aguirre será un gobernante igual al que fue. Él es quien es, y representa a la izquierda mexicana.

Hoy, este gobernador tiene que explicar la excesiva violencia con la que sus policías atacaron a estudiantes que protestaban sobre la Autopista del Sol. Hoy la izquierda tiene que explicar cómo unos despidos son suficiente frente a la muerte flagrante de dos jóvenes, que si bien rijosos, no tendrían por qué estar muertos hoy.

Hoy la izquierda toma el lugar del régimen que tanto luchó por desterrar, y tiene que tratar de justificar con ceses y despidos lo que sólo con justicia y cárcel se puede resolver.

Todos en política tienen derecho a cambiar de posición, a renovar sus lecturas sobre la realidad y hasta a cambiar de partidos. Lo que parece ser imposible es pensar que por el simple hecho de cambiar de partido la gente cambia su forma de hacer y entender la política y el servicio público.

Hoy Ángel Aguirre es exactamente el mismo que gobernaba cuando asesinaron a esos 11 indígenas. Hoy Aguirre explica y oculta información de los estudiantes abatidos, igual que cuando era secretario de gobierno durante Aguas Blancas.

Twitter: @lucianopascoe

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